Mineros de Cerro Rico, Potosí: uno de los trabajos más peligrosos del mundo

Nos adentramos por unas horas para ver de cerca a mineros, hombres y mujeres, que trabajan en las minas del Cerro Rico, en condiciones extremas, buscando fortunas a costa de su salud y vida

El Cerro Rico mide 4800 msnm y es la montaña donde se descubrió en 1545, de manera casual, la mina de plata más grande del mundo en aquella época.

A lo largo de los siglos, indígenas y esclavos africanos dejaron sus vidas para extraer toneladas de rocas y así poder satisfacer los requerimientos de este preciado metal.

Actualmente, el Cerro Rico sigue teniendo actividad minera, no solo de plata, sino de otros minerales como el estaño. El trabajo está organizado por cooperativas mineras, en donde cumplen tareas hombres y mujeres (por cuestiones de superstición, las mujeres solo pueden trabajar fuera de la mina), en jornadas realmente extenuantes y condiciones extremas.

Las mujeres trabajan en el exterior de las minas

Realizar una visita a las minas implica vivir de cerca la realidad de estos trabajadores, comprender sus mitos y creencias, como la figura del “Tío”, pero sobre todo tener presente que en pleno siglo XXI, el desarrollo de la explotación minera se mantiene con el mismo sacrificio de siglos anteriores, haciendo que la expectativa de vida de quienes se introducen en esta labor sea muy corta.

Dentro y fuera de las minas, se ven los rostros acalorados y las miradas cansadas. Son horas interminables del día que permanecen en el interior de las sofocantes galerías, buscando vetas, colocando cargas de dinamita (comprada de manera informal en los mercados cercanos) y cargando sin descanso los vagones con toneladas de rocas, que son llevados hacia el exterior a costa de sus pulmones, piernas y brazos.

Es un recorrido que puede durar unas tres o cuatro horas y se sale desde las agencias que ofrecen el servicio (la mayoría se ubican en los alrededores de la plaza 10 de noviembre).

El valor que nosotros abonamos fue de $80 bolivianos (de los más económicos), pudiendo descender tres niveles en el interior de la mina, y además tuvimos la suerte de ir solos con el guía, con lo cual la experiencia fue mucho más personalizada. Todas las ofertas de las agencias son similares, pero hay que dejar bien en claro el servicio que se contrata, con todos los detalles, para luego no tener sorpresas.

La primera parada es en el Mercado Minero, donde el guía da una breve explicación del uso de la dinamita y algunas costumbres mineras, como mascar hoja de coca y tomar alcohol puro, para poder soportar esas durísimas condiciones de trabajo. La tradición es comprar un paquetito de hojas de coca y una gaseosa para ofrecerles a los mineros durante la visita. Sin duda, ellos lo agradecerán.

Buscando hojas de cocas y bebidas gaseosas para los mineros
Armado de cartucho de dinamita

Después, se hace otra parada donde te entregan la ropa para usar dentro de la mina, el casco y la linterna, y se pueden hacer unas muy lindas fotos con el Cerro Rico de fondo.

Buscando elementos de seguridad. El Cerro Rico de fondo

Una vez llegados a la entrada de la mina, comienza la aventura, tanto física como emocional. A medida que se va avanzando por las galerías y túneles, la luz solar va disminuyendo y solo contaremos con la tenue luz del casco. El aire se va volviendo cada vez más sofocante, en parte, por la cantidad de polvo en suspensión. Hay que ir muy atentos a los sonidos de las vagonetas, el pasaje es muy estrecho y los chicos las empujan corriendo, con lo que cuando una se acerca hay que pegarse contra la pared para no sufrir ningún accidente.

De manera manual empujan las vagonetas con toneladas de rocas

El guía va explicando algunos detalles que podrían pasar desapercibidos, como las vetas de mineral en las paredes (la principal guía para los mineros a la hora de decidir hacia donde cavar). En el recorrido nos cruzamos con algunos mineros y pudimos conversar brevemente con ellos acerca de cómo era su experiencia trabajando en la mina.

Observando las vetas

Una de las paradas obligatorias es en la cueva del “Tío”. Se trata de una figura representando a un diablo, al que los mineros le rezan y entregan ofrendas como: hojas de coca, cigarros y alcohol. Es la deidad que les protegerá en la mina, y la que les proporcionará buenas vetas de mineral. ¿Y por qué “Tío” ?, pues como bien nos explica nuestro guía, en la época colonial, los españoles no se adentraban en las profundidades de la mina, así que no podían saber qué hacían los mineros. Para poder controlarlos, les dijeron que en la mina vivía un Dios malo, el diablo, que les observaba todo el tiempo, y si se portaban mal (es decir, no trabajaban a destajo), les castigaría. Los indígenas al principio le tenían pavor, pero después se dieron cuenta de que, si ese diablo vivía ahí, sería el dueño del mineral y les protegería de cualquier catástrofe. Así es que decidieron empezar a llevarle ofrendas a cambio de su protección. Y como en su lengua la D sonaba como una T, la palabra Dios terminó mutando a Tío, y es como se lo conoce hasta el día de hoy. En cada mina de Bolivia podrán encontrar esta figura mítica y respetada, con sus ofrendas alrededor.

El “Tío” con sus ofrendas

Bajar al segundo y tercer nivel es opcional. Se accede a través de estrechos agujeros, mediante unas precarias escaleras de madera y más por tanteo y adivinación, ya que no se puede ver dónde colocar el pie en cada escalón. En el segundo nivel, entre la oscuridad, la estrechez y la polvareda empecé a sentir un tremendo agobio y decidí no seguir bajando. En estas situaciones el cerebro (o el sentido de alerta) me juega en contra y empiezo a pensar qué pasaría si justo en ese momento se desmoronan las paredes y quedamos atrapados… Flavio sí bajó hasta el tercer nivel y pudo conversar con un minero que se encontraba solo, haciendo los agujeros para colocar la dinamita. Imaginarme al pobre hombre ahí metido con la dinamita y, encima solo, me pone la piel de gallina.

Bajando varios metros en el interior de las galerías

En el regreso hicimos una parada para despedirnos y agradecerle al Tío por no haber sufrido ningún percance. El guía nos pide que apaguemos las linternas, y allí, en la más completa oscuridad, nos cuenta lo que había evitado mencionar hasta el momento: la dureza en las condiciones laborales de los mineros y los accidentes y enfermedades a los que están expuestos todos los días. Las emociones vividas, sumadas a su relato, hacen que se nos humedezcan los ojos.

Cuando sales de nuevo al exterior y ves la luz de sol brillar y el aire puro inundando tus pulmones, la sensación de haber sobrevivido a una experiencia única es increíble. Imagínense a estos hombres que deben adentrarse todos los días en las entrañas de la montaña. Mi admiración hacia ellos en infinita.

Final de la vista, con nuestro guía, ex minero

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