A la entrada del pueblo, un camino señalizado nos llevará al Bosque Encantado: un enorme sector forestado, donde los árboles hincan sus raíces en las dunas. En su interior se ubica un vivero y un camping.
Una vez en el pueblo, hay que perderse entre las serpenteantes calles de arena, a la sombra de las frondosas arboledas, para descubrir algunos de los atractivos turísticos, como la Casa Barco (construida por un inmigrante italiano a imagen y semejanza del barco en el que arribó) o la Casa Molino(homenaje de sus dueños a la novela de El Quijote).
En una de sus plazas céntricas se levantan amenazantes esculturas de animales prehistóricos: un tigre diente de sable, un macrauquenia (similar a un guanaco), un gliptodonte (pariente gigante de los armadillos, con una curiosa cola) y el rey del show: el megaterio, que con sus 5m de altura se yergue imponente. Todos estos animales convivieron hace 12000 años, pero sus huellas se han mantenido fosilizadas en la franja costera, a unos 2.5 km de Pehuén-Có. Se puede acceder hasta ellas durante la bajamar, caminando por la playa o en vehículo 4×4 hasta la entrada. A tener en cuenta: si bien las huellas son abundantes, no siempre son visibles (nosotros no las pudimos ver). La exposición depende mucho de la altura de la marea y de que no estén tapadas por bancos de arena. Lo mejor es ir con un guía local (consultar en la oficina de turismo o el museo).
Nosotros conocimos Pehuén-Có en pleno invierno y apenas nos cruzamos con un par de lugareños. La paz y el silencio reinantes solo eran interrumpidos por alguna que otra ráfaga de viento que se colaba entre las ramas. Todo debe cambiar en verano, cuando el bullicio de los turistas revive a este pintoresco balneario.